Siempre he tenido el runrun en la cabeza de que los niños molestaban. Como no era madre… era una visión lejana. Pero fue traer al mundo al #primogénito, lleno de vida, energía y ganas de explorar, hablar y correr, y conocer en mis carnes la nueva tendencia de esta década: la niñofobia.
¿Qué madre no ha entrado en un avión o tren con un niño o bebé y ha visto las caras de resignación de otros pasajeros como diciendo «madre mía la que nos espera«? ¿Cuándo en un restaurante los padres no hemos comido apurados porque nuestros hijos según comíamos un bocado salían corriendo por el lugar? ¿Qué padres en las zonas comunes de los hoteles no han pasado vergüenza cuando sus hijos hacían ruido, o hablaban más alto de lo normal?
Yo soy una experta en niñofobia. Tengo el niño tipo para que cuando entre en un restaurante, tiemble hasta el friegaplatos. Mi hijo mayor es, como se dice ahora, muy movido; eufemismo que se usa en estos tiempos para describir a los niños que no son otra cosa que niños. Curioso, inquieto, parlanchín y feliz. Nos ha montado cirios en casi cualquier sitio al que hemos ido.
Pero, ¿qué es que un niño «te monte un cirio«?
Yo divido los comportamientos de mi hijo en sitios públicos en dos maneras:
Naturales de su edad. Si voy a un restaurante con un niño de 3, 4, 5 años, seguramente coma y se aburra. Se le pueden llevar libros, juguetes, y enchufarles el móvil. Sí, en situaciones críticas, saco el Ipad, el móvil, la Play, la Wii y lo que haga falta. Pero en algún momento, correrán, y se levantarán de la sillas, se reirán alto, se enfadarán. Los padres, y los que están a nuestro alrededor, tienen que entender que hay ciertos comportamientos que son naturales de su edad.
Esto quiere decir que como es natural de su edad, ¿le tengo que dejar hacer? No. Le tengo que enseñar a comportarse. Cuando salga corriendo, le tengo que explicar que no se corre en un restaurante. Cuando empiece a vagar por el vagón de tren cantando, le tengo que explicar que no estamos solos, que hay más gente, y que en el tren no se canta. Por supuesto, los padres somos los responsables del comportamiento de nuestro hijo, por muy natural que sea.
Mal comportamiento. Para mí un mal comportamiento es que grite, o que se suba en las sillas de un restaurante, que tire comida, que salgan juguetes volando como me contaba una amiga ayer… Comportamientos realmente incorrectos no solo para un lugar público, si no en la vida en general. En este caso, sí hay un mal comportamiento que apercibir y corregir.
Decía, que soy una experta en niñofobia. Con mi hijo mayor habré hecho fácil fácil unos 50.000km por vía férrea, 3 transocéanicos en diferentes edades y varios vuelos nacionales. Sin despeinarme. Ya despeinaba él a todos los demás pasajeros. He visto las caras de la gente cuando mi hijo se ponía de pie en el tren, o cuando salía corriendo por el pasillo del avión porque quería ver al piloto… He sido consciente de que mi hijo les molestaba y lo he pasado mal. Me hubiera gustado que estuviera las 5 horas del tren sentado haciendo sudokus, pero resulta que era un niño de 3 años. Sobre mi experiencia y consejos viajeros, dejé un post hace un tiempo aquí.
Ocurre muchas veces que este comportamiento, por muy natural de un niño de 4 años o de 5 que sea, no es tolerado por los adultos que tenemos alrededor. Existe muy poca empatía hacia los padres. Tenemos hijos, no robots que podemos apagar. No llevan botón OFF. Ya lo he buscado…
Hubo una temporada que deje de ir a muchos sitios con mi hijo porque me ponía en situaciones incómodas. Eran incómodas para mí, porque sentía como puñales las miradas de los otros adultos. Miradas que me hacían sentir una madre terrible por tener un niño de 3 años que se levantaba cada 2 por 3 a la puerta de la cocina de un restaurante porque quería ver los platos. Yo quería que él estuviera sentado y tranquilo… y por supuesto, era imposible. Después, decidí que Telmo tenía que aprender de la experiencia. Así volví a llevarle a todos los lados, y a enseñarle a comportarse. Sufrí, mucho. Hoy en día, no es perfecto, pero es «casi» un señorito con 6 años.
El otro día, cenando con mis hijos y sobrino, amigos en un restaurante, nos trataron bastante mal. En este caso, no fueron los comensales de alrededor los que tenían niñofobia. Fue el camarero que nos atendió. No voy a entrar en detalles, porque he dejado un comentario en Tripadvisor que podéis leer aquí. Los niños, felices por cenar con padres y tíos, estaban hablando más alto de lo normal y el restaurante en ese momento estaba vacío. Al rato entró una mesa de adultos, felices también de verse y estar juntos armando un guirigay impresionante. Mi amiga, muy rápida ella le dijo al camarero:
«A ellos, ¿también les vas a dar pinturitas para que se callen?»
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