TIEMPO PARA LOS DOS

Voy a publicar este post a propósito de nuestro quinto aniversario de boda. Mi marido y yo llevamos 8 años juntos, 6 siendo padres y 5 casados… no sé si esto es mucho o es poco, pero en un tiempo en el que donde las cosas cuándo se rompen, se tiran… nosotros decidimos que cuando algo se nos rompe, lo arreglamos. Somos de valores «clásicos«, de los que creemos en el amor para toda la vida, y que cuando nos casamos, lo hicimos firmemente convencidos de que sería para siempre.  Somos románticos, nos hacemos detalles fuera de los días especiales, nos acordamos de lo que le gusta al otro al hacer la compra; en definitiva, intentamos que el día a día y todo nuestro papel como padres, no se coma la esencia de lo que fuimos, que no se nos olvide nunca porque estamos aquí.

EL día de nuestra boda

Siempre he pensado que la vida en pareja es mejor. Es mejor reír, soñar, llorar, sufrir, amar, recorrer la vida… en compañía de quien quieres y te quiere. Pero cuando tienes hijos, todo eso se transforma. De ser sólo dos, de estar mirándonos el uno al otro, pasamos a a centrar nuestra atención en un nuevo ser. Y ese es de verdad el paso más grande en una relación, ni casarse ni comprarse una casa… un hijo es la continuidad y el fruto del amor entre dos. Y la verdadera prueba de fuego.

Cuando nació Telmo, una de las primeras cosas que quise preservar de mi vida “pre-madre”, fue el tiempo con mi marido. En aquel momento, vivíamos en Madrid, y no teníamos a los abuelos cerca para que nos ayudaran con el niño, por lo que instauramos la cena romántica semanal, que consistía en dormir al niño y cenar algo especial con un vino rico. No era nada más extraordinario que conservar un momento para parar esta vida loca, bajar las revoluciones, y mirarnos a los ojos.

Esta cena, casi 6 años más tarde, sigue vigente e intentamos respetarla al máximo. Cuando íbamos de vacaciones a visitar a los abuelos, aprovechábamos para dejar al niño con ellos y salir algún día o solos, o con amigos; a pasear con amigos, a hablar de nuestras cosas, de compras, de pintxos o a escuchar el silencio.

Todo esto seguimos haciéndolo gracias a unos abuelos excelentes, que de vez en cuando aceptan a nuestra prole en su casa y nosotros nos podemos ir a pasear, a cenar o simplemente a estar en casa solos. Para nosotros es fundamental encontrar nuestros momentos los dos. Es lo que nos hace re-conectar, recordar porque hemos llegado hasta aquí. Bien es cierto, que ahora con dos niños, es más complicado “colocarlos” para salir un fin de semana o irnos a una cena,  pero aunque las salidas nocturnas son menores, no dejamos nuestra cena romántica de la semana ni una sola vez.

Flores en nuestro tercer aniversario

Muchas veces estamos muy cansados y tenemos sueño como para irnos a la cama en cuanto se duermen los niños, pero hacemos el esfuerzo por hacernos la cena y la noche bonita. El esfuerzo viene porque para poder compartir las decisiones sobre la crianza de los niños, tareas del hogar, la educación y todo lo relativo a la vida familiar, para mí es muy necesario formar un equipo con quien compartes tu vida; y para eso, nosotros encontramos los momentos para querernos, escucharnos, atendernos el uno al otro… Es difícil porque el día a día con dos niños pequeños nos devora pero hacemos lo que podemos por no olvidar quiénes somos, cómo llegamos hasta aquí y sobretodo por qué. El amor es el motor de la vida y de la familia, así pues, nosotros lo alimentamos tanto como esta vida loca de padres nos deja.

Nuestra cena semanal, los detalles bonitos del día a día, nuestros momentos solos, son básicamente una parada a este mundo que nos lleva a 3000 revoluciones, para echarle gasolina a nuestro amor. Para que cuando lleguen las curvas, nos pillen juntos y de la mano.