Mencionaré mucho al Club de las Malasmadres.
Cuando conocí este club, creía que me estaba volviendo loca y nunca estaré suficientemente agradecida por la visibilización que han hecho de la realidad que supone tener hijos, tanto desde el plano humorístico como el plano más serio en sus campañas por la conciliación familiar y la despenalización laboral a la mujer por ser madre. Su campaña más importante #yonorenuncio y varios artículos sobre cómo se puede llegar a perder tu propia identidad tras ser madre, me han entusiasmado. Yo misma me he visto al borde de perderme.
Hay una realidad, y es que cuando tienes un hijo, el mundo deja de girar en torno a ti. Ni uno mismo, ni siquiera la pareja es lo importante. Hay una nueva persona que nos necesita por encima de todo.
Pero ¿significa eso que ya hemos dejado de querer las cosas que queríamos antes? ¿Significa acaso que ya nos deja de interesar trabajar, leer un libro, salir a correr, salir con la pareja o con los amigos? ¿Significa que soy egoísta por querer hacer las mismas cosas que hacía antes?
Cuando me quedé embarazada de Telmo tenía un trabajo de alta exigencia, con ciertos viajes, y de jornada completa, y que adoraba. No pensé en ningún momento en cambiarlo ni en reducirme la jornada. Afortunadamente, aquella empresa se adaptó perfectamente a mi maternidad, y llegamos a muchos acuerdos muy beneficiosos para conciliar cuando el niño era pequeño. Yo di mucho por ellos y ellos me lo devolvieron llegado el momento.
Un ejemplo es que teniendo Telmo 5 meses, viajé un mes a México con él por trabajo. Allí me acomodaron en un apartamento, delante de la oficina, con una persona de entera confianza que cuidaba de mi hijo mientras yo trabajaba. Entiendo que haya personas que no comprendan que me llevase a México a mi hijo con 5 meses por trabajo, pero yo quería trabajar y no separarme de mi hijo. Afortunadamente lo conseguí. Lo he conseguido casi siempre.
En un segundo proyecto, también de alto nivel, necesité trasladarme a México 3 meses. Mi hijo me acompañó 2 de esos meses. Cuando me lo propusieron, nunca me planteé decir que no. Cuando se lo dije a mi marido, nunca se planteó el no. Lo que hicimos fue buscar la mejor manera posible.
Este es sólo un ejemplo, y no me quiero desviar de lo que quería explicar. Cuando me quedé embaraza de Telmo, yo tenía un trabajo de alta exigencia, un (futuro) marido, una vida social bastante activa y de la que disfrutaba mucho. Especialmente de mis amigas de toda la vida. ¿Cómo es posible que eso se borre de un plumazo?
Fui madre y no experimenté ninguna metamorfosis que hiciera que me olvidase de quién había sido durante 31 años. Tuve a mi hijo, y aunque era lo que más quería, también quería seguir trabajando. También quería escaparme con mi marido a cenar solos, a pasear, de viaje… quería cenar con mis amigas (sin hombres, ni hijos…). Una compañera de trabajo me dijo una vez: «Mis hijos son lo primero, pero no lo único».
Durante un tiempo, me sentí culpable por querer todo eso. Es interesante porque la reflexión es que yo me sentía culpable por ser yo misma. Afortunadamente, descubrí que no soy la única que vive y piensa de esta manera.
Por eso, YO NO RENUNCIO.
A lo que YO NO RENUNCIO es a ser yo misma. No renuncio a una carrera profesional de éxito, no renuncio a mi vida de pareja y no renuncio a seguir queriendo tener mi tiempo a solas; tampoco renuncio a estar con mis hijos, quererles, y educarles.
En definitiva, lo que he hecho es adaptarme a la nueva realidad de la mejor manera posible, haciendo malabares para equilibrar las diferentes facetas de mi vida. Pero siempre, siempre, no olvidándome de quien soy.
Aquí os dejo este artículo inspirador de Laura Baena, la Malamadre Jefa.
Que la M de madre no aplaste a la M de mujer.
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